El año de 1793 está marcado en la historia de Francia como uno de grandes acontecimientos y cambios: el 21 de enero, Luis XVI sería guillotinado por la Convención, siendo el símbolo del final de la monarquía y de la consolidación de la República. Poco después, Francia declaraba la guerra a Inglaterra y Holanda, la Convención decretaba la leva de 300 mil soldados y estallaba la guerra civil con el levantamiento en la Vendée, auspiciado e incitado por Gran Bretaña; al mismo tiempo, los líderes de la Convención, encabezados por Robespierre, endurecían sus medidas contra los opositores, inaugurando así la llamada época del terror, periodo en que se persiguió, encarceló y guillotinó a cientos de franceses, inocentes y culpables por igual.
Ése es el marco histórico que encuadra a El noventa y tres, la última novela escrita por el genio de las letras francesas, Victor Hugo. Su gran capacidad narrativa le permitió mezclar personajes y sucesos históricos con la ficción de su novela, mostrándonos, como una luz diáfana, la realidad de una época que dejó una profunda huella en la historia de Francia.
Transportándonos a los días convulsos de la Revolución francesa, la novela nos narra el enfrentamiento ideológico de dos revolucionarios: Gauvain, antiguo noble convertido en jefe militar del Ejército republicano, y Cimourdain, exsacerdote y devoto republicano, ambos revolucionarios convencidos que, sin embargo, discrepan respecto al método de acción para alcanzar la Francia con la que sueñan. Se nos presenta también a Lantenac, príncipe bretón y jefe del Ejército insurrecto de la Vendée, quien será el motor que impulsará a estos dos hombres de gran estatura moral a enfrentar y confrontar sus convicciones ideológicas: uno, mirando al futuro creado a través de la concordancia; el otro, ansioso también de un futuro mejor para todos, pero que debe escribirse con sangre de ser necesario.
Si bien el lector desprevenido pudiera pensar que Victor Hugo condena las acciones de Cimourdain y, a través de éstas, a la revolución como motor de cambio, es necesario aclarar que El noventa y tres es, en realidad, una oda a la revolución de los pueblos. Victor Hugo no condena a la revolución como método de transformación de las sociedades; por el contrario, la alza como una luz que ilumina el futuro de la humanidad. La condena que podemos encontrar en su obra está dirigida a aquellos que, deformando los principios revolucionarios y actuando a favor tan sólo de sus propias convicciones, quieren llevar la revolución a sangre y fuego y a veces, incluso, contra el pueblo mismo, atropellando a aquellos a los que debieran defender, abusando del poder que se les ha conferido y, finalmente, convirtiéndose en lo que buscaban combatir.
En ese sentido, menciono que, aunque la obra se ambienta en 1793, ésta se escribió casi un siglo más tarde, en 1874, es decir, tres años después de los eventos de la Comuna de París. Fueron estos eventos y sus resultados, probablemente, los que incitaron al escritor francés a revisitar su historia a través de su novela y a reivindicar a las revoluciones como método de lucha y de transformación de las condiciones sociales y espirituales de los pueblos sometidos.
En síntesis, El noventa y tres no es sólo un libro que refleja crudamente un periodo revolucionario de la historia de Francia; es, principalmente, una novela que hace que los lectores confronten, comprendan y cimenten sus propias convicciones e ideas respecto a la sociedad y al mundo en el que viven. Son, además de la exquisita narrativa, las grandes lecciones que de aquí se pueden obtener, las que han movido a Editorial Esténtor a publicar esta novela, tristemente olvidada en el baúl de la historia y que poco reconocimiento obtiene al lado de obras como Los miserables o Nuestra señora de París, a pesar de también poseer un alto valor literario y, principalmente, humano.
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