Entre los mexicanos, se ha cimentado ya la idea de que las zonas rurales del país serán eternamente rurales, como si se quedaran congeladas en el tiempo, y no es poco común encontrar comunidades o pueblos completamente aislados de los avances tecnológicos y científicos, viviendo en una época que rememora al feudalismo mexicano.
Esto es así no por decisión de los pueblos que sufren todo tipo de marginación, sino que se debe, en gran medida, al poco apoyo y a la poca atención que los gobiernos de todos los niveles le dan al desarrollo del país en su conjunto, priorizando siempre las zonas industriales y las grandes ciudades, mientras dejan de lado a los pueblos y comunidades, que son, evidentemente, las más necesitadas para salir del atraso.
Pero esta desatención del gobierno (federal, estatal y municipal) tiene una consecuencia aún más grave: permite el surgimiento y afianzamiento de grupos caciquiles y de grupos violentos, que andan por los pueblos sin nadie que les ponga coto, haciendo y deshaciendo a su gusto y abusando de los pobladores nativos, utilizándolos para sus triquiñuelas o como mano de obra barata o gratuita; en pocas palabras, estos grupos convierten a las comunidades en sus zonas de recreo y de acción, y advierten que nadie se debe atrever a modificar el statu quo bajo pena de ser eliminado.
Pues bien. En esa situación vivía el pueblo de Huitzilan de Serdán en la década de 1970. Un pueblito olvidado por todos los gobiernos, enclavado en lo más alto de la Sierra Norte del estado de Puebla, de población mayoritariamente indígena y sometido a los designios de un grupo caciquil abusivo que tenía como mano armada a un antaño grupo que se decía revolucionario: la Unión Campesina Independiente (UCI).
La desesperación de los huitziltecos y su necesidad de cambiar una situación de asesinatos, abusos y agresiones que se había prologando por ya varios años, los llevó a buscar la ayuda de una organización de reciente creación: Antorcha Campesina. A los huitziltecos, les llegaba el eco de las luchas antorchistas, en la Mixteca Baja poblana, hasta la Sierra Norte, y estaban convencidos de que, con su apoyo y orientación, podrían cambiar la situación de su pueblo.
Así, de la mano de Antorcha, Huitzilan comenzaría, poco a poco, a caminar por una senda luminosa, de trabajo y educación para todos sus habitantes, así como de progreso compartido, frutos que se ven y se viven en el Huitzilan de hoy, que pasó de no tener ni una escuela funcionando a tener escuelas de todos los niveles; de tener a los habitantes viviendo en la congoja de no poder recoger a sus muertos de las calles, a transitar libremente por todo el municipio; de no contar con ningún cuerpo policial o municipal a organizarse para hacer funcionar bien todos los órganos de gobierno; de no contar con clínicas ni hospitales a tener un Centro de Salud de Servicios Ampliados (Cessa).
Todo lo anterior se narra con sumo detalle, con una extensa investigación historiográfica y con diversas entrevistas a los huitziltecos que vivieron esas épocas de cambio en el último libro publicado por Editorial Esténtor: Huitzilan de Serdán, la derrota de los caciques, del licenciado y periodista Alejandro Envila Fisher, quien se ha destacado por escribir obras que busquen contrastar los hechos contra lo que se ha contado sobre ellos. Ejemplo claro de su gran labor periodística es el libro Chimalhuacán, el imperio de La Loba. Tal y como hiciera Envila Fisher en esa obra, en Huitzilan de Serdán, la derrota de los caciques encontraremos esa necesidad periodística de difundir la verdad, incluso si con ello se va contra la versión oficialista.
Adentrarnos en este libro nos permitirá conocer la verdadera historia del municipio, contrario a lo que se ha querido construir respecto a que fue Antorcha quien llevó la violencia a Huitzilan, cuando en realidad fue gracias a Antorcha que ésta pudo eliminarse. Pero, sobre todo, adentrarnos en esta obra nos permitirá darnos cuenta de que, cuando el pueblo se organiza y lucha para tomar el poder político es cuando se llevan a cabo las verdaderas transformaciones de las comunidades. Huitzilan, pues, es un ejemplo claro de que el pueblo sí sabe gobernar y puede construir sociedades más justas y equitativas para todos. Por todo eso, los invitamos a leer este libro.
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